Me gusta ver en el mundo triste y solitario cosas buenas de las que puedo aprender, a pesar de que está lleno de crueldad. Ya tenemos bastante con nuestros propios calentamientos de cabeza y no merece la pena ir por la vida buscando errores, dolor, cotilleos, maldad y toda clase de cosas que nos hacen ser peores. Demos una oportunidad a lo virtuoso, a lo bello, a lo que tenga buena reputación y a lo digno de alabanza.
Hoy he ido a comprar con mi marido a un centro comercial. Estaba super estresada porque mis hijos no paraban de quejarse. El pequeño Guillermo lloraba porque tenía sueño, y Marcos... bueno, Marcos siempre es igual. Gritando, corriendo, pegando, llorando, etc... un caos. Mi marido estaba pagando lo que habíamos comprado y yo estaba a cargo de los dos. Mientras ponía la chupeta al bebe, Marcos se encargó de tirar las cosas que llevabamos en el carro, y mientras me agachaba a recogerlas, un hombre se acercó a ayudarme. No dijo nada, solo me ayudó.
Eso me hizo reflexionar un poco en la clase de personas que somos con los demas. ¿Somos del tipo de personas con las que nos gustaría encontrarnos por la calle? Muchas veces estamos tan centrados en nuestros propios problemas que no nos damos cuenta de lo fácil que es olvidarlos cuando ocupamos nuestra mente en ayudar a los demás. A veces, incluso, nuestros problemas se hacen más pequeñitos.
Hoy, después de cruzarme con ese señor anónimo, he decidido que quiero ser del tipo de persona con la que da gusto cruzarse por la calle. Si veo a alguien que necesita mi ayuda, ¿Por qué no la voy a ayudar? si alguien va a salir detrás de mi, ¿Por qué no sujetar la puerta hasta que pase?
En definitiva, el mundo sería un lugar mejor, donde nuestros hijos crecerían con más seguridad y con un futuro estable, si nos preocuparamos por lo que es de verdad importante.
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